El discurso mayoritario identifica la represión con seguridad. Antes de pensar en un plan efectivo debemos analizar cual es el estado REAL del problema de seguridad.
Desde la infancia nos vemos influenciados por un discurso que divide al mundo en dos grandes grupos de buenos y malos. En la disputa entre ambos bandos el resultado siempre es el mismo: el bueno gana. Pero además, la victoria suele implicar una solución violenta en contra del malo: si tiene suerte terminará en la cárcel, pero si muere tampoco es que le importe mucho a nadie.
Desde esta perspectiva, la solución violenta de eliminar al malo enjaulándolo o matándolo resulta no sólo eficiente sino éticamente aceptable.
Ni los libros, ni los cuentos, ni las películas o los comics nos muestran que pasa con la famila de los malos asesinados, no nos muestran la calidad de las cárceles o que pasará cuando se cumpla la condena.
Además, la identificación del malo suele ser la del distinto: el más oscuro, el más claro, el extranjero, el pobre, el joven, el tatuado, etc. Porque nos gusta identificarnos como "el bueno" y por lo tanto el malo tendrá que ser alguien diferente.
En la toma de decisiones de calidad la información es fundamental. Esta afirmación resulta obvia en la mayoría de las áreas pero en materia de seguridad nos dejamos llevar muchas veces por la simpleza de asumir que una respuesta violenta es la más eficiente y entonces: compramos armas, pedimos más policías, contratamos agentes privados, cerramos las calles, prohibimos las fiestas, subimos la penas, reabrimos granjas de "rehabilitación" de jovenes sin formular un análisis real de un fenómeno complejo.
Esta forma casi natural de reacción es aun más grave cuando se formulan políticas públicas de seguridad que están basadas en los mismos prejuicios y mitos. Las políticas de educación de salud o economía suelen diseñarse por expertos que analizando la realidad planifican, no ocurre lo mismo en el caso de la seguridad.
Simplificando al máximo un ejemplo: ante una epidemia de dengue no se le ocurriría a un experto en salud señalar que la solución al problema es la de ampliar los cementerios para acoger a las víctimas. Sin embargo, no se ve tan mal que una política de seguridad pretenda que ampliando las cárceles se solucionará el problema.
Resumiendo:
1. Para plantear un plan de seguridad efectivo debe realizarse un análisis serio de la realidad del entorno.
2. Las soluciones violentas ante el fenómeno de la inseguridad deben aplicarse únicamente cuando el análisis demuestra que serán efectivas.
Entonces, el primer paso debería ser: Apliquemos una metodología de diagnóstico de seguridad en nuestra comunidad.
Esta es materia del siguiente post.
Desde la infancia nos vemos influenciados por un discurso que divide al mundo en dos grandes grupos de buenos y malos. En la disputa entre ambos bandos el resultado siempre es el mismo: el bueno gana. Pero además, la victoria suele implicar una solución violenta en contra del malo: si tiene suerte terminará en la cárcel, pero si muere tampoco es que le importe mucho a nadie.
Desde esta perspectiva, la solución violenta de eliminar al malo enjaulándolo o matándolo resulta no sólo eficiente sino éticamente aceptable.
Ni los libros, ni los cuentos, ni las películas o los comics nos muestran que pasa con la famila de los malos asesinados, no nos muestran la calidad de las cárceles o que pasará cuando se cumpla la condena.
Además, la identificación del malo suele ser la del distinto: el más oscuro, el más claro, el extranjero, el pobre, el joven, el tatuado, etc. Porque nos gusta identificarnos como "el bueno" y por lo tanto el malo tendrá que ser alguien diferente.
En la toma de decisiones de calidad la información es fundamental. Esta afirmación resulta obvia en la mayoría de las áreas pero en materia de seguridad nos dejamos llevar muchas veces por la simpleza de asumir que una respuesta violenta es la más eficiente y entonces: compramos armas, pedimos más policías, contratamos agentes privados, cerramos las calles, prohibimos las fiestas, subimos la penas, reabrimos granjas de "rehabilitación" de jovenes sin formular un análisis real de un fenómeno complejo.
Esta forma casi natural de reacción es aun más grave cuando se formulan políticas públicas de seguridad que están basadas en los mismos prejuicios y mitos. Las políticas de educación de salud o economía suelen diseñarse por expertos que analizando la realidad planifican, no ocurre lo mismo en el caso de la seguridad.
Simplificando al máximo un ejemplo: ante una epidemia de dengue no se le ocurriría a un experto en salud señalar que la solución al problema es la de ampliar los cementerios para acoger a las víctimas. Sin embargo, no se ve tan mal que una política de seguridad pretenda que ampliando las cárceles se solucionará el problema.
Resumiendo:
1. Para plantear un plan de seguridad efectivo debe realizarse un análisis serio de la realidad del entorno.
2. Las soluciones violentas ante el fenómeno de la inseguridad deben aplicarse únicamente cuando el análisis demuestra que serán efectivas.
Entonces, el primer paso debería ser: Apliquemos una metodología de diagnóstico de seguridad en nuestra comunidad.
Esta es materia del siguiente post.
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